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Colaboraciones

El Juramento de Hipócrates

Colaboración de Ricardo Varela

Vivimos, como se sabe, en una época de elementos efímeros y fugacidades. Las modas, las ideas, las noticias y los conjuntos musicales pasan antes de que consigamos digerirlos, el computador comprado hace un par de meses comienza a estar obsoleto cuando aún nos queda por pagar; el culto a la juventud lleva a considerar desechables a las personas en pocas décadas justo cuando la expectativa de vida es más alta que nunca en la historia. Jamás, desde la época de Noé y Matusalén hubo tantas personas centenarias como en la actualidad.

Uno no esperaría por lo tanto que en el mundo de hoy un texto muy, muy antiguo tuviera la más mínima relevancia, sin embargo ahí está por ejemplo la Biblia, que se comenzó a escribir 900 años antes de Cristo y que para muchísima gente es muy relevante. Pero fuera del ámbito religioso, hay pocos escritos de la antigüedad que tengan vigencia actualmente: es decir que, tal como ocurre con la Biblia, tengan vida. Y entre esos pocos textos está el que se conoce como “Juramento de Hipócrates”.

Este extraordinario y breve documento está rodeado por algunas circunstancias curiosas y quizás únicas. Para comenzar, es casi seguro que no fue escrito por Hipócrates y es perfectamente posible que éste ni siquiera lo haya conocido. Hipócrates nació en el año 460 a.C. -10 años después que Sócrates y una década antes que Platón- y para entonces se estima que el escrito ya existía.

Más allá de eso, el “Juramento de Hipócrates” debe ser uno de los textos más citados y menos leídos que existen; la mayoría de las personas que lo mencionan no tienen real idea de lo que el documento contiene: mucho de lo que generalmente se cree que dice, en realidad no lo menciona en parte alguna, así que el escrito es más aludido por lo que no es que por lo que es.

Tampoco es verdad, como se suele creer, que todos los médicos hacen este juramento; depende un poco de la casualidad porque es una ceremonia que algunas escuelas de medicina celebran, algunos años sí y otros no. No es de ningún modo un requisito para graduarse como médico, ni tampoco hay ningún deber legal involucrado, sino que es un compromiso solemne que el nuevo médico asume voluntariamente.

El juramento hipocrático es mencionado por el público especialmente en un contexto de crítica a los médicos, sin saber que la enorme mayoría de las acciones médicas cotidianas y reales se enmarcan perfectamente en su espíritu, por la simple razón que en lo esencial éste corresponde casi exactamente a los Diez Mandamientos bíblicos (y los médicos son mayoritariamente personas decentes y honradas).

En cambio, se ignora que ateniéndose literalmente al texto, muchos médicos lo transgreden flagrantemente todos los días y está bien que lo hagan así. Ocurre que el “Juramento de Hipócrates” prohíbe expresamente a los médicos toda forma de cirugía, especialmente dice, “no extirparás ni siquiera cálculos”.

Aunque esto podría parecer absurdo, estamos hablando de un documento escrito unos 400 años antes de Cristo y que se ha usado prácticamente sin cambios, una tradición hermosa y única tan lejana y aquí estamos, en la era de Internet, aún con ella. No hay muchas tradiciones que puedan vanagloriarse de algo parecido, al menos fuera del ámbito de la religión.

“Juramento de Hipócrates”

“Juro y pongo a Apolo, el Médico, y a Asclepio e Hygeia y Panacea y a todos los dioses y diosas como testigos de que cumpliré este juramento y este acuerdo según mi competencia y leal entendimiento. Respetaré al que me enseñó este arte como si de mi padre se tratase. Le dejaré participar en mi sustento así como le daré de lo mío cuando lo necesite. Trataré a sus hijos como si fueran mis hermanos y les enseñaré este arte, si lo desean, sin pedirles retribuciones ni contrato. Asimismo, dejaré participar en los mandamientos, las clases y todas las demás instrucciones a mis hijos, así como a los de mi preceptor y a los estudiantes obligados por contrato y jurados según la tradición médica pero a nadie más.

Adoptaré prescripciones en favor del enfermo y conforme a mi competencia y mi diagnóstico pero cuidaré de aplicarlos sin perjudicar a nadie, ni de forma injusta.

Tampoco daré ninguna medicina mortal, ni siquiera cuando me lo pidan y, además, no daré consejos al respecto. Tampoco facilitaré a ninguna mujer un abortivo. Mantendré puros mi vida y mi oficio.

No haré extirpaciones, ni siquiera a los que sufren de cálculos, dejando esta práctica en manos de hombres especializados en ello.

Entraré en todas las casas a las que llegue en interés del enfermo, libre de cualquier injusticia o cualquier delito y especialmente de abusos lascivos en mujeres y hombres, así como en los criados y los esclavos.

No mencionaré jamás lo que veo o lo que oigo durante el tratamiento y lo mantendré en secreto, al igual que fuera de mi consulta en el trato con personas cuando se trate de algo confidencial.

Si consigo cumplir este juramento y no romperlo, que se me conceda la posibilidad de progresar en mi vida y en mi oficio haciéndome respetar para siempre por todos los hombres. Y si vulnero y rompo el juramento, que me ocurra lo contrario."

Si usted no lo había leído antes quizás le sorprenda. ¡Comienza con una invocación a dioses paganos, prohíbe toda cirugía y en particular operar cálculos! El Juramento debe haber permanecido por siglos como una peculiaridad de pequeños grupos minoritarios de médicos pero esto cambió con la llegada del cristianismo.

Ya desde el Siglo I de nuestra era este antiguo texto emerge con fuerza en los estudios y la práctica médica, porque su ética es coincidente con la enseñanza cristiana y los ideales religiosos de los siglos siguientes.

Fue sencillo reemplazar a Apolo y los otros dioses por la Santísima Trinidad y los Santos, manteniendo el resto virtualmente intocado. En el museo del Vaticano se conserva un pergamino del siglo III que contiene el juramento, en latín, con el texto escrito con la forma de la cruz.

Así, la notable perduración del texto a lo largo de dos milenios se debe a su similitud con la ética judeo-cristiana. Mencionamos que los Diez Mandamientos bíblicos están todos contenidos en su texto: habla del respeto a los maestros y mayores, de la generosidad en la enseñanza, de evitar daños innecesarios al enfermo (“ante todo, no dañar” dice el antiguo aforismo médico), del respeto al paciente. Prohíbe toda forma de eutanasia y el aborto. Aboga por la pureza del oficio, precave contra intereses bastardos y abusos sexuales. Exige el respeto a la confidencialidad y la privacidad del paciente. ¿Y cuál es el premio máximo para el médico que se atenga a este marco de conducta? No la riqueza ni el poder sino el respeto de todos los hombres.

La notable modernidad de este escrito es como la modernidad del Eclesiastés o el Sermón de la Montaña: la ética superior es siempre moderna porque sus valores son permanentes. Es reconfortante que así sea y confieso que participar de este Juramento me ayuda a saber que, a pesar de los rojos titulares de cada día, de corrupciones e injusticias, de turbiedades de baja política y tragedias de alta violencia, sigue habiendo (siempre ha habido) un núcleo permanente de decencia en la sociedad.

Y si la sabemos conservar nos será concedido a usted y a mí progresar en nuestras vidas y nuestros respectivos oficios y que seamos respetados por siempre por todos los hombres.